La foto de Doisneau..., y Eva
Pienso en una figura erguida que el viento, al mover su sutil ropa de color, parece esbozar el palpable contorno: es una similitud entre la fotografía El beso de Robert Doisneau y el cuadro El beso de Gustav Klimt.
Me acerco pausadamente, casi en silencio, y esa figura no huye, no ha huido nunca de mí, es decir, nunca desaparece, como nunca desaparecerá de mi mente para mí la mejor fotografía de la historia, la citada anteriormente El beso de Robert Doisneau, realizada en los alrededores del Ayuntamiento de París en 1950.
Ese beso, tierno y elegante, se puede sentir si amas de verdad (Eva y yo lo sabemos, lo sentimos, lo profundizamos internamente, es la inmensidad de dos almas en una).
Hablo con Eva, y siento el alivio de las buenas almas, un alivio que asoma entre su semblante, y me doy cuenta que El beso de la fotografía de Doisneau sonríe, y esa sonrisa es de agradecimiento a los sentidos, es sonreír dando gracias al amor.
La aparición de relatos y obras de teatro clásicas de amor fueron un “acierto” de cara a los sentimientos y los sentidos de la humanidad, y pienso que la foto de Doisneau es el sentido y el sentimiento de lecturas tan puras como las de esos clásicos.
Esa figura a la que hacía referencia al principio de estas líneas, revoluciona mi corazón, lo absorbe tierna y dignamente... ¿Por qué? Porque es Eva, y la fotografía de El beso vuelve a sonreír, vuelve a sentir, vuelve a amar... ¡Es real!