En estos días que deberían ser de descanso, nos llegan tantas y tan absurdas informaciones a nuestros dispositivos móviles que me han movido a hacer una reflexión sobre ellos.
Les resumo el menú principal de noticias que se me ofrece hoy al abrir la Tablet:
Un veneno es cualquier sustancia química dañina, ya sea sólida, líquida o gaseosa, que puede producir una enfermedad. Esta definición descarta fenómenos físicos como el calor, la radiación o la presión que también pueden causar lesiones en el organismo. Se habla de veneno cuando la intención (consciente) o el objetivo físico es causar daño.
Para sustentar esta definición, he utilizado Wikipedia que es la ciencia más a mano en este siglo para los que quieren saber algo sin profundizar en nada. La inmensa mayoría de la cultura fast food que circula por las redes.
Tradicionalmente el veneno tenía que embotellarse. La invención de la imprenta, hace ya seis siglos, nos permitió encuadernarlo sin tener que limitarnos a sus antiguas formas, sólida, líquida o gaseosa y desde hace pocos años podemos digitalizarlo con las ventajas que ello aporta para su rápida expansión.
Suelo imaginar los millones y millones de mensajes digitales como pequeñas botellas flotando en las olas hertzianas, que cualquier persona con acceso a ese océano de información, puede abrir y beber de ellas sin conocer la intención que contienen, es decir, su grado de intoxicación.
No es casual que cuando una de esas pequeñas botellas alcanza un alto nivel de consumo, se le llame viral. Parece lógico darle el apelativo de virus porque no es más que un “órgano” de estructura sencilla capaz de reproducirse entre células vivas utilizando su metabolismo. Aunque, a la vista del uso que se intenta dar a la mayoría de los contenidos, hubiera sido más acertado llamarle bacteriano.
A nadie, en su sano juicio, se le ocurriría beber el contenido de una botella a la que las ondas de ese océano han traído a nuestro “puerto i.p.”, sin antes asegurarse de su procedencia, sus propiedades y de los efectos que pudiera causarle su metabolización.
Pero la voracidad de nuestra sociedad de consumo se caracteriza por comer sin degustar, por saciarse sin reparar en el valor nutricional de lo consumido. Todo es información, se dice ahora, pero no es así. Hemos alcanzado un nivel de intoxicación que nos enferma y para el que no es fácil encontrar vacuna.
Desgraciadamente flotan más venenos que elixires en el estanque digital y, como une mucho más estar en contra que a favor de algo, suelen tener la intención de dañar a alguien. Ni siquiera los que ya nos han dejado se libran de sus efectos. Cualquier leña ayuda al fuego aunque sea de árbol caído. Los tweets y los titulares de noticias parecen spoilers publicitarios para crear opinión, sin molestarse en dar a conocer la verdadera historia que encierran.
Hagamos un pequeño esfuerzo de gourmet antes de “descorchar” botellas sin denominación de origen y no sigamos envenenando nuestra inteligencia.