Evasión o Victoria

Puigdemon se vuelve a fugar de la justicia española, tras presentarse en Barcelona el día de la investidura de Salvador Illa | AFP

Cualquiera que me conozca un poco a fondo sabe que desde que gastaba pantalón corto, he tenido sentimientos encontrados con respecto a Eleuterio Sánchez  “El Lute”, aquél peligroso bandido, gitano, ladrón de gallinas criado en la pobreza de las hurdes, que tuvo a toda España en jaque con sus continuas fugas carcelarias.

¡Qué gran serie se ha perdido Netflix con él!
 
Durante algunos años, con la ingenuidad propia de mis 5 ó 6 años, mi hermano mayor me hacía creer que a El Lute, que llevaba fugado 3 años tras escaparse de la prisión del Puerto de Santa María, había elegido pasar los veranos en el mismo punto turístico en el que me encontraba yo, ya fuera este, Noja, Suances o Villaviciosa de Odón.
 
Veranábamos casi juntos, sin preguntarme yo el porqué de esa caprichosa elección de El Lute para elegir destino para sus vacaciones.
 
Llegábamos al hotel de Noja y oía la voz de mi hermano por la noche:" El Lute anda por aquí". Entonces yo cerraba los ojos muy fuerte para dormirme antes.

En un brumoso 1973, tras mil peripecias, la guardia civil le captura y es condenado a cadena perpetua por el supuesto asesinato del dueño de una joyería, algo que nunca se llegó a demostrar.Fue entonces cuando mi miedo atroz al fugitivo se fue tornando en admiración ciega por un roba gallinas a quien el estado había convertido en enemigo público N°1, quizás porque lo de que un país entero tenga un enemigo común, une tanto como ganar juntos un mundial, pongamos por caso.

Una vez leídas sus memorias, escritas desde la trena:, "Camina o Revienta", "Mañana seré libre", que ya tenían títulos de serie, me convertí a su causa y decidí que aquello había sido una "caza de brujas" a lo McCarthy, en la que había que tomar posición.

El Lute, personaje con muchas aristas era un tipo a quien la hambruna había agudizado el ingenio. Ese mismo que le permitió consumar dos espectaculares fugas: Una, en el Penal del Puerto de Santa María, en nochevieja, cavando un túnel que le conectaba con el tejado del comedor desde el que se descolgó con unas sábanas entrelazadas, aprovechando la euforia champanera de los guardias.En otra ocasión se fugó saltando de un tren en marcha, a 70 kms por hora, cuando le trasladaban desde la prisión de El Dueso, en Santander.
 
Aquellas eran fugas épicas. Eran la versión rural castellana de Fuga de Alcatraz, de Eastwood. No se podía no estar del lado del fugitivo, cautivo, desarmado, con un brazo roto, sabiendo que los "malos" le iban a terminar cogiendo. Perseguía su destino de hombre libre con tal convicción que había que alinearse con él.

Luego vinieron otras fugas con tintes literarios, casi quijotescos, como la de El Dioni, aquel humilde vigilante de seguridad que una mañana decidió que no merecía ser tan pobre, ni tan feo, ni tan desdichado, ni tan tuerto. Esa mañana de 1989 decidió cambiar su suerte robando el furgón blindado que custodiaba, con casi 300 millones de pesetas, que siempre suena más que 1,8 millones de euros. Todo ello sin una muestra de violencia..  
 
El Dorado de El Dioni en Brasil rodeado de garotas, caipirinhas y lujos varios duró 55 días, hasta su detención en Río de Jneiro.

Tras pasar 3 años y pico entre rejas, abrió bares, escribió libros, Sabina le compuso una canción y fue carne de "realities televisivos ". Era nuestro bandido folclórico. Hoy, gran parte del botín, unos 150 millones de pesetas, sigue sin aparecer, o gastados en una vida mejor.
 
Aquella fuga a Brasil de un probo empleado que solo perseguía la vida que soñaba tenía ribetes de justicia poética, de gesta, de golpe en la mesa y ¡basta ya! Tenía algo de aquello que a todos nos gustaría hacer de vez en cuando y para lo que no reunimos valor. Solo quería una vida menos gris, sin hacer daño a nadie y así lo entendió la sociedad.
 
Desafió el orden establecido, cambió las reglas del juego y todos fuimos un poco “El Dioni” durante un tiempo
En España siempre se ha fugado uno bien, con ingenio y astucia y buscando siempre la complicidad del pueblo llano, del espectador.
 
Ahora los villanos modernos se escapan con ignominia, en el maletero de un coche, o tras arengar a sus fieles en un mitin, sin saber que el pueblo, que el espectador no está con ellos, que no va a aplaudir al final, pues se siente estafado.
 
Me voy a la cama, pero antes le pregunto a mi hermano si ese señor del pelo a tazón también veranea donde yo.
 
"Ese no tiene categoría para eso", sentencia él en tono tranquilizador.
Cierro el libro de El Lute y apago la luz.