Pues resulta que estoy en la friendzone, después de hacerme ghosting durante un mes, bro".
Esta es una conversación de tantas, que bien podría mantener mi hija con sus amigos, así como otras tantas decenas de miles de contemporáneas suyas.
Al principio me pitaban lo oídos. Yo, purista del lenguaje, guardián del buen uso del castellano, capaz de mandar a alguien al cadalso por escribir "echar" con H.
Le afeo a mi hija la conducta por colar la coletilla "en plan" en cualquier lugar menos en el que encaja. Ella se ríe pensando para sí que es la firma de toda una generación y moneda corriente entre su tribu urbana. ¡Qué sabré yo, un “boomer” trasnochado de lo que se estila ahora!
Sin embargo, tengo a gala estar al tanto de toda esa corriente de nuevos giros e incorporaciones al lenguaje, en parte por mi condición de padre y tío de muchos de ellos, que ha visto como iban militando en las distintas generaciones que aportaban esa frescura a nuestro encorsetado español. Es como si hubieran abierto las ventanas para ventilar. ¡Y vaya si lo han hecho!
Y cuánta razón tienen mis hijas y sus generación. El lenguaje real, el que llega y transmite, no se construye en una atalaya. Ni en los apolillados despachos de la RAE.
Se va modelando cual plastilina para dar respuesta a nuevas realidades antes inexistentes. Y lo hace con la complicidad de varias generaciones: "Los millenials", "La Generación Z" “La Generación Alfa”, hablan un idioma que todos ellos entienden, que enriquece a la sociedad pues introduce nuevos términos para situaciones de hoy. Y lo más importante, es el pegamento que les une.
Mientras reprocho con sorna a mi hija que su generación abusa de algunas coletillas, empiezo a bucear en mis lejanos 20 años y no tardo en encontrar un buen puñado de ellas, hoy ya en desuso, incluso entre hombres del pleistoceno como yo.
Me recreo oyéndome decir latiguillos como" "me piro vampiro", "no te enrolles, charles boyer", "te sales, minerales" o "de qué vas, bitter kas”, entre otras muchas perlas surgidas en los turbulentos y creativos ochenta.
Una década prodiga en abusos, precio que habrían de pagar algunos por tanta explosión de ingenio y libertad en las calles.
El lenguaje moldeado en la calle, en los bares, en los campus, en los botellones, es el que se impone al final. Ese que conecta a miembros de una misma tribu urbana, aunque fuera sólo por ese deseo de pertenencia a un grupo, que tenemos todos. Es el idioma que te roza la piel y quizás eso es lo que realmente importa.
Hoy tiene más importancia aún, pues vivimos unos tiempos de apariencia, de envoltorio, de no saber quién es el otro por culpa de tanta red social, de tanto ser los demás, que no nos sobra tiempo para ser nosotros un rato. Hay sin embargo otro "hablar" otra jerga, que lejos de conectar personas, las distancia, con la palabra como escudo. Cómo si eso sirviera de algo.
Me refiero a la jerigonza de modismos y vocablos que se van introduciendo en el lenguaje de la calle, en las oficinas, en las columnas de algunos escríbanos, y que huelen a eufemismo pretencioso. Tics lingüísticos, como "poner en valor" o "empoderar", sea lo que sea que signifique eso.
Términos que no se pueden dibujar en la mente. Términos huecos, vacíos, sin gracia alguna y sin identidad. Es como si se pusieren guantes para decirlos, pues son asépticos.
Poco importa si la RAE o el María Moliner los han acabado aceptando de tanta contumacia con la que se dicen. Es un lenguaje artificial que no conecta, no es seña de identidad de ninguna tribu urbana, ni siquiera de la nuestra, los “baby boomers”. Está ahí, para uso y abuso de tertulianos de pocos recursos, plumillas escasos de imaginación, y políticos aupados a última hora al cargo.
No necesitan excusas sus señorías para jugar a no entenderse discutiendo en tres idiomas diferentes en el parlamento. Para ese viaje pocas alforjas hacen falta. Llevan años “no entendiéndose” en el mismo rancio lenguaje. Y nosotros, testigos mudos de ese circo monolingüe, que ahora pasa a ser un congreso en lenguas vernáculas con igual o peor resultado.
Mejor les iría si todos ellos dijeran "en plan" "mazo bueno" y "estalquear" en lugar de “consenso” y “empoderar”. Así sí que conectarían con el ciudadano de a pie.
Yo, hasta que eso suceda, solo acierto a decir:
¡Ciao Pescao!