Los primeros días del calendario han sido bañados por la tragedia en la vida de James Morrison. El cantante británico se ha visto anímicamente obligado a cancelar todos sus compromisos profesionales al caerle encima una dura losa: el pasado 5 de enero encontró el cadáver de su esposa y madre de sus dos hijas, Gill Catchpole, al regresar a su casa de Whitminster. Se había quitado la vida ahorcándose.
Durante los últimos días habían dejado de encajar algunas piezas. Ahora la parálisis en la vida del artista es inevitable. El fallecimiento de Catchpole, de tan solo 45 años, se produce días después de que, según el Daily Mail, las autoridades recibiesen una llamada de la propia difunta en la que daba la voz de alerta por la fragilidad de un estado anímico que terminó por romperse. Los médicos certificaron la muerte en torno a las 9:40 de la mañana de la víspera de Reyes.
Horas antes del instante en el que los sanitarios marcan el momento del deceso, un amigo de la pareja había contactado con Morrison para explicarle, preocupado, que su mujer no respondía al teléfono. Entonces la angustia se apoderó del cantante, que volvió con una presura inédita a su domicilio. Y allí se encontró, de bruces, con la fatídica estampa.
Según recoge el informe de las autoridades encargadas del caso, no hay indicio alguno de delito. Aunque la conclusión oficial, así como la comparecencia ante el juez del forense encargado de la investigación, Roland Wooderson, no llegará hasta que se complete el informe toxicológico, todo aparece apuntar a un caso de suicidio.
Tal y como señalan fuentes del entorno familiar, tanto Morrison como sus dos hijas, Elsie y Ada-Rose, de 15 y 5 años, respectivamente, están sumidos en una profunda ola de tristeza de la que el artista parece no haber salido en la última década y media: perdió a su padre en 2010 y, después, a su hermano mayor y a un sobrino.