La psicología y la neurociencia han demostrado que no son pocos los beneficios que reporta la lectura a nuestro cerebro y bienestar emocional. Tal es así que incluso se emplea como herramienta terapéutica o de acompañamiento en los tratamientos psicológicos. Entonces, ¿por qué sigue existiendo un porcentaje tan alto de no lectores?
Anatomía del cerebro lector
La lectura no es una característica innata de nuestra especie. De hecho, hace tan solo 6 000 años que existe como proceso adquirido. Desde un enfoque neurocientífico, esta actividad mental no se vincula con áreas cerebrales especializadas, a diferencia de lo que sí ocurre con otras acciones como ver, oler o escuchar.
Cuando un ser humano adquiere la capacidad de leer, su cerebro debe “subespecializarse”. Es decir, áreas que ya están formadas y maduras se reorganizan para hacerlo posible.
Entre las diversas teorías que han tratado de explicar cómo se produce el acto lector, las que más apoyo reciben actualmente son la ruta fonológica, que explica cómo transformamos los grafemas en fonemas, y la ruta léxica, sobre cómo otorgamos significado a esos fonemas.
Desde los primeros estudios en la materia, ha quedado probado que leer involucra múltiples regiones del cerebro: el giro supramarginal, el giro angular, las áreas frontales relacionadas con los procesos motores propios de la articulación o las áreas occipitales que se encargan de procesar los estímulos visuales como las letras. Adicionalmente, se activan las zonas vinculadas a la memoria, el significado y el contenido emocional de los grafemas y fonemas.
Pese a esta localización difusa en el mapa cerebral, es incuestionable el papel que desempeñan tanto el hemisferio izquierdo como las conexiones interhemisféricas –y, por tanto, la neuroplasticidad– en la adquisición del proceso lector.
Todo son ventajas
En cuanto a sus beneficios psicológicos, la lectura incrementa, en primer lugar, la imaginación y la empatía. Algunas investigaciones han revelado que enciende áreas cerebrales relacionadas con la teoría de la mente (la capacidad para entender que existen opiniones, situaciones y estados emocionales diferentes a los nuestros) y con otras facultades que se activan durante la terapia psicológica, como la introspección.
También mejora algunas funciones cognitivas como la concentración, la memoria y la atención sostenida. Si la lectura escogida es capaz de captar nuestra atención, esto reduce la distracción de otros estímulos circundantes. Ese efecto es más visible cuando la lectura se adquiere en la infancia.
Otro efecto positivo es la reducción de los niveles de estrés. Esto es posible porque cuando leemos se liberan neurotransmisores “del bienestar” como la dopamina o la oxitocina.
Y por si fuera poco, numerosos estudios apoyan la idea de que es un factor protector frente al envejecimiento por su relación con el concepto de reserva cognitiva, algo así como la “despensa de conocimiento” de la que se abastece el cerebro. A mayor reserva cognitiva, más tardan en manifestarse los síntomas de demencia, entre otros efectos.
Cómo expandir la lectura en la sociedad
Los útimos datos publicados en el informe del Centro de Investigaciones Sociológicas español (CIS), por ejemplo, reflejan que el 35,2 % de los españoles no leen nunca o casi nunca. Una realidad que podría cambiar si se comunicaran eficazmente los beneficios que comporta esta actividad.
En este punto, las instituciones políticas son una pieza clave para promover la lectura a través de campañas de información, concienciación y estímulo que impliquen a todos los grupos de edad y les inviten a cuidar la salud de su cerebro leyendo.
Las bibliotecas, los colegios, los centros de enseñanza secundaria, las universidades y los centros de mayores podrían catalizar estas campañas, reforzadas con la adquisición de libros, charlas de científicos expertos y la visita de autores que tengan contacto con los lectores.
A nivel personal, lo primero es crear costumbre. Se ha demostrado que además de los beneficios citados, leer todos los días promueve otros hábitos como la escritura. Dos acciones que se complementan y coinciden en su beneficio terapeútico.
También es una buena estrategia compartir la experiencia lectora. La motivación aumenta si participamos en un club de lectura, acudimos a la presentación de un libro o a espacios en los que conocemos a otras personas con las mismas inquietudes o gustos literarios.
La misma estrategia se puede desarrollar con las personas mayores dependientes que tienen escasas oportunidades para socializar. Leer con ellos es una forma de darles cariño y mantenerlos activos.
En definitiva, la lectura es un agente facilitador del bienestar emocional y social, con beneficios indiscutibles apoyados por estudios científicos. Así que, lector de este artículo, celebre los libros, regálelos y compártalos. Tómese el lujo de ser parte activa de este acto que cuida su cerebro y sus vínculos emocionales.
María J. García-Rubio, Profesora de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Internacional de Valencia - Codirectora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social - Miembro del Grupo de Investigación Psicología y Calidad de vida (PsiCal), Universidad Internacional de Valencia y Ana Merino, Directora de la Cátedra Planeta de Literatura y Sociedad, Universidad Internacional de Valencia