¿Le interesa la economía? Si es así, se habrá dado cuenta de que muchos libros recientes proponen reformar el sistema capitalista. Es el caso de Joseph Stiglitz, premio Nobel en 2001, y su idea de capitalismo progresista. Branco Milanovic habla de un capitalismo popular. Y Thomas Piketty se atreve con el término socialismo participativo.
Estos economistas denuncian que el capitalismo neoliberal y globalizado está provocando niveles inaceptables de desigualdad social, desafección política y deterioro ambiental. Hacen falta, pues, alternativas. Pero sus trabajos no tienen en cuenta que existen ya muchas pequeñas iniciativas locales que procuran transformar la economía y la sociedad desde abajo y no tanto desde arriba.
Las prácticas económicas alternativas
Huertos urbanos, grupos de consumo, mercados de trueque, bancos de tiempo, monedas locales, centros sociales autogestionados… Son algunas de esas iniciativas ciudadanas que cuestionan el orden capitalista y que denominamos prácticas económicas alternativas.
En un proyecto de investigación recién terminado, hemos estudiado su organización, sus resultados y sus limitaciones. Seleccionamos 67 casos distintos, localizados en Alicante, León, Oviedo, Salamanca, Sevilla, Valladolid y Zaragoza. Recogimos información mediante entrevistas, cuestionarios y la participación de los investigadores en algunas de sus actividades.
El perfil promedio de las casi 5 300 personas participantes es el de una mujer (55 %) de mediana edad (47 años) que trabaja (68 %), vive con otras personas (86 %), tiene un título universitario (61 %) y disfruta de una renta en torno a la media española (42 %).
No se trata, entonces, de aguerridos jóvenes antisistema ni de grupos excluidos que buscan algunos ingresos ocasionales. Los alternativos son personas de clase media y alto nivel educativo. Según sus respuestas al cuestionario, aspiran a mejorar la sociedad, proteger el medio ambiente y fomentar una economía participativa donde su voz sea escuchada en la toma de decisiones.
Una organización diferente
En la economía capitalista, las decisiones corresponden a los propietarios y directivos de las empresas. En las economías alternativas, sin embargo, la autogestión es el principio fundamental de organización. Las decisiones se toman en asambleas donde acuden todos los integrantes. Y no basta con una simple mayoría: se delibera hasta lograr la unanimidad.
Este tipo de iniciativas fomentan que todas las personas se identifiquen con un proyecto común y cooperativo donde no haya lugar para la competencia. Su objetivo es la satisfacción conjunta de las necesidades humanas fundamentales, no el lucro individual.
Por ejemplo, los grupos de consumo agroecológico acuerdan con los agricultores un precio que ambas partes aceptan como justo: el agricultor puede sostener su explotación y los hogares acceden a alimentos saludables y locales.
En los huertos comunitarios, la producción se distribuye de manera equitativa entre la comunidad que los cultiva.
En los bancos de tiempo se intercambian servicios y se concede a todos el mismo valor: una hora de trabajo, sea para arreglar un grifo o para ofrecer un asesoramiento especializado.
La autogestión exige que las tareas organizativas se asuman de forma rotatoria y gratuita. Ello estimula la implicación de toda la comunidad y evita la especialización típica de las empresas convencionales.
El modelo es posible porque se trata de grupos pequeños, muy a menudo por debajo de las cien personas. Todos se conocen y confían en los demás, y esa confianza es el recurso clave para que funcionen estos proyectos alternativos. De hecho, la mayoría de los casos estudiados no desean aumentar su tamaño, al contrario que las empresas capitalistas.
Resultados y limitaciones
¿Qué han logrado estas prácticas alternativas? Cabe destacar sus avances en el terreno de la alimentación. Los grupos de consumo construyen relaciones directas entre residentes urbanos y productores rurales: la justicia, la solidaridad y la sostenibilidad priman frente al beneficio o la comodidad.
Los huertos recuperan la escala del barrio como espacio de encuentro social. Y sirven como germen para otras acciones vecinales de reutilización de solares o edificios en desuso. Combinados con los bancos de tiempo, las monedas sociales o los mercados periódicos, configuran microcircuitos económicos locales basados en la colaboración y la ayuda mutua. Valgan como ejemplos el entorno del Pumarejo en Sevilla o el proyecto Entrevecinos en Valladolid.
Pero sus limitaciones son evidentes. La oferta de productos y servicios es poco variada y no cubre las necesidades de los hogares actuales. La escasez de recursos materiales se suple con mucho esfuerzo personal. La autogestión consiste, muchas veces, en el trabajo voluntario de un núcleo pequeño de militantes muy comprometidos: con el tiempo, algunos acusan la fatiga y abandonan el grupo, con riesgo para la continuidad del proyecto.
La tentación de evolucionar desde la autogestión voluntarista hacia modelos de organización más jerarquizados aflora periódicamente y provoca no poca controversia. Unos prefieren mantenerse fieles al espíritu comunitario original. Según otros, hacen falta estructuras mayores para hacer retroceder al capitalismo: el supermercado cooperativo La Osa (Madrid) procede del crecimiento de pequeños grupos de consumo.
Este debate refleja la diversidad interna del mundo alternativo. Según nuestro cuestionario, el 48 % de los participantes dice trabajar para corregir los efectos más injustos del capitalismo, frente al 28 % que quiere combatirlo y eliminarlo y otro 24 % que intenta eludirlo en su vida diaria.
Con estos planteamientos tan variados, es lógico que las estrategias de transformación económica, política y social sean también diferentes. Hay, entonces, un camino para cada persona que desee participar en esta economía de los valores, mucho más rica y humana que la mera economía del valor.
José Luis Sánchez Hernández, Catedrático de Geografía Humana (especialidad en Geografía Económica), Universidad de Salamanca